Un viejo juego Quitológico es ir al centro de la ciudad, escoger una de las diecinueve esferas que adornan el atrio de la catedral y, confiando en la diversidad y belleza de cada uno de esos labrados en piedra, ejercitar  una lectura estética, tomando en cuenta sus ornamentos, su calidez,
sus líneas ascendentes y descendentes, y así echar una suerte de vinculación con el temperamento del elector.

Este juego divertido, estético, poético, nos permite sentirnos dueños de una parte de Quito para siempre.
Muchos amigos tuvimos la suerte de entrar de esta manera Quitologica a conocer la ciudad, apropiarnos de ella, es por eso que en memoria y por el deseo de compartir lo más posible he realizado unas réplicas en las que podremos ejercitarnos en este juego para luego volcarnos a la ciudad a recibir lo que ella nos brinda: “nuestra esfera de la catedral de Quito”.

Pero la exposición no podía quedarse en ello, pensando en forma circular aparecieron otras esferas vinculadas en su origen con las de la Catedral.

La «de espiral», que nace de una pequeño poema mío que dice:
“Volver al mismo punto es retroceso, pero si apenas te elevas del principio, casi en circulo: es espiral”
Y se visualiza en la esfera blanca.

La esfera grande “de tacto”, expone el material en su esencia. El barro, la arcilla en su estado primigenio  pidiendo ser tocado.

Las esferas de Quito son apenas la punta del ovillo de una Ciudad de la mitad, una ciudad de símbolos.

El temor próximo a esta exposición vistió la esfera «de aparecer», cubierta y ansiosa de ser descubierta.

Y las tintas, colores que se desprenden de los hermosos diseños de las esferas labrada de la Catedral.

Espero que disfruten de esta pequeña y sincera exposición.

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