GORKA LARRAÑAGA

Retomando a Picasso podríamos decir, parafraseando a Hobbes, que «el hombre es una forma para el hombre», al menos algo de ello se adivina en las primeras obras cubistas del malagueño.

 

Mucho ha pasado desde entonces, pero acaso la ciudad moderna (que empezaba entonces a organizarse en torno a un urbanismo reglado, donde empezaba a aparecer el automóvil como producto estrella del capitalismo), no ha hecho sino engordar ese complejo descriptor actual, más conocido como «sociedad del bienestar». Viviendo como vive Gorka Larrañaga, en la vasta ciudad de México, no es de extrañar que atisbemos su praxis creativa bajo este preámbulo urbano.

Una de las peculiaridades del Distrito Federal es la de mantener varias líneas de horizonte, cada una con su puesta de sol, a diferente hora por supuesto. Estratos o capas que comulgan a través de esa característica afín a las multitudes, ejemplificada en el par consumo-deseo.

 

A través de esta geología de sedimentaciones y de faunas heteróclitas de la gran urbe, el observador creativo recoge y separa materias que conforman cierto caldo expresivo. Un listado de motivos que aparecen en las obras de Larrañaga dan fe, de cierta elección por excrecencias brillantes que se descuelgan de una iconosfera kitchs, material que cualquiera que se deje caer por la ciudad de México, entenderá que es algo más que «el mal de los valores en arte» al decir de Hermann Broch.

 

Peces descoloridos, luchadores desgastados, soldados de plástico, automóviles pavonados, diríase que con una gama de tonos de rozadura, corazones blandos… Parecería éste el trabajo de un hurgar en la basura de cierto gigante insaciable llamado Distrito Federal.

 

Tal vez suceda un hacer similar al de las estrambóticas conjunciones y fetiches que el ánimo popular ha erguido desde antaño, a lo largo y ancho de México (un ejemplo, la mezcla de santería y catolicismo). Las mixturas icónicas entre la vecindad de lo inmediato, y lo conseguido bajo un trabajo hilvanado en el tiempo (o contra un tipo de tiempo, cronológicamente hablando), prefiguran una avalancha de formas circulantes en la ruleta de las calles y comercios.

 

Es conocida la distinción que Julio Cortázar comentaba sobre sus conocidos Cronopios y Famas. Mientras que el origen de un Cronopio evocaba a unos globos verdes y flotantes, que el escritor creyó ver en un concierto de Louis Armstrong, «seres verdes y húmedos», las Famas por el contrario apuntarían a una suerte de cuerpos rígidos, sentenciosos y organizados.

 

Se supone que este es el par opuesto que no obstante da sentido a la evanescencia del Cronopio. Viendo los dibujos de Gorka uno entra en una comparación similar al enfrentarse por una parte a los motivos más preñados de color, frente al dispositivo de la plumilla y tinta negra que organizan sus dibujos en estricto blanco y negro.

 

 

Si en el repertorio de presiones sucede a modo de extensión de tonos «fetales», predominio de blancos sucios e irisados que traen a la cabeza elementos placentarios, (recuérdese como una referencia no tan lejana el valor de la mancha, siseada con el dorso de la mano en los papeles de Twombly, donde la relación con la supuesta «libertad» del impúber es inevitable), en los segundos la línea seca de la herramienta utilizada, sea pincel o plumilla, se confabula en dirección opuesta.

 

Estos últimos dibujos son más denotativos, curiosamente llamados «siliconas», como si la no definición en tanto verosimilitud diera al autor cierta licencia hacia los recursos ilustrativos, más descriptivos y nominales… Precisamente sobre lo informe. Informe de lo deforme, haciendo un juego de palabras, sería una manera de aproximarse a la serie de las tituladas «siliconas».

 

Pero en toda la amalgama del pintor, se destila cierta preocupación por los grados de lo traslúcido, como si un alma pegamentosa se aposentara en los objetos otorgándoles un aislamiento particular.

 

Empezamos hablando de un cubismo incipiente, donde la secesión del plano y la fragmentación de las formas, indica un cataclismo en ciernes llamado Primera Guerra Mundial. Acabamos pensando si la deriva blanca que discurre por estos dibujos de Gorka Larrañaga, que ahora comentamos, no será signo de un mundo vaciado de su médula.

 

Como si una carcoma transparente usurpara el estatus del alma, fosas brillantes flotando en una sociedad desmedida, donde el pulso de lo inmediato no señala otra cosa que el enorme déficit de afecto de nuestro mundo