KATYA ROMERO DE REGRESO

 

Biografía

Katya Romero nació en Quito, Ecuador en 1962. Formada en la U. Central de Quito.  DEXA Panamá. CENAR Centro Nacional de Artes El Salvador así como con diferentes maestros de arte.

Katya es una artista multidisciplinaria: trabaja pintura, escultura en madera y piedra, fotografía digital, instalación, cerámica y grabado. Ha sido actriz de teatro, maestra de arte y gestora cultural, entre otros. Fue Directora de Artes Visuales en la Secretaria de Cultura de la Presidencia de la Republica de El Salvador y Directora de la Sala Nacional de Exposiciones Salarrué de El Salvador en el año 2012.

Desde 1992, ha celebrado más de cien exhibiciones individuales y colectivas en el Ecuador, Colombia, Panamá, Estados Unidos y El Salvador. Ha participado en decenas de exposiciones colectivas en Museos, Galerías y Centros Culturales en esos países y Canadá.

Su obra ganó Mención de Honor en la Galería del Smith Farm Center en Washington, DC (2009); el Premio Mayor de la Viñeta Latinoamericana del Museo Botero en Medellín (2003); así como Mención de Honor de la I Bienal de Arte Paiz en San Salvador (2001). Ha representado a su país en dos ediciones del Salón Iberoamericano de Arte en Washington, DC. Ha sido invitada en dos ediciones del Festival de arte digital del Museo de Arte Contemporáneo en Bogotá; así como a diversas Bienales y Subastas latinoamericanas. En 2002, el Gobierno del Ecuador le otorgó la Condecoración y Medalla de la Orden Nacional “al mérito en el grado de caballero” por su labor en El Salvador.

Su obra forma parte de la Colección del Museo de Arte Contemporáneo de Bogotá, el Museo de Arte de El Salvador, el  National Museum of Women in the Arts en Washington, DC, el Ateneo “Juan César García” en La Habana, el Greater Baltimore AHC en Baltimore, el  Centro Cultural de España en  El Salvador, la Colección Nacional de Pintura y Escultura de El Salvador y la Fundación Rozas Botran en Guatemala así como de diferentes colecciones privadas y corporativas y  de fundaciones en Norte, Centro y Sur América, así como en Europa. Su obra consta en dos ediciones del libro American Art Collector USA.

De regreso.

Botellas y cuencos: la obra de Katya Romero en nueva exhibición.

                                                                       María Ángela Cifuentes G., Dr. phil.

                                                                                                          Agosto 2015.

 

¿Cuánto de nuestra vida, o una parte de ella, puede estar representada en un objeto cotidiano? Desde la infancia abrigamos recuerdos en cosas que las convertimos en objetos-memoria. Podemos darles un valor simbólico, afectivo, que al verlos, tenerlos, palparlos, despiertan en nosotros momentos, personas o etapas de nuestra vida.

En un primer plano de esta muestra, la figura del objeto toma protagonismo. Está el cuenco con formas sensuales y la suavidad de sus superficies, a manera de piel, que se ven contrastadas con la rugosidad y las estrías trabajadas y aprovechadas de la propia naturaleza de la materia.

Está la botella, objeto simple en apariencia, pero es el compañero silencioso de travesías. Katya Romero lo tematiza en una gran serie minuciosamente elaborada. En ella, el objeto delimita un exterior y un interior: un exterior limpio y abierto, expuesto en un fondo blanco impoluto que permite al cuerpo tomar espacio. En el interior, el cuerpo toma fuerza gracias a un trabajo de color y textura; nos vence visualmente.

La botella gana escena en la muestra. Está así el objeto-forma como recuerdo de etapas de vida. Están la botella de la leche, la del remedio, relacionándolas con la infancia; la del champagne, con la fiesta de quince años; la del perfume, con la experimentación de hacerse mujer; la botella de Coca-Cola, con momentos en familia.

Está también la botella como objeto-contenedor, aquel que guarda y encierra. Más allá del líquido o de algún material, ¿qué puede encerrar este cuerpo de la botella en su interior? ¿Cuánto puedo asociar este objeto con la vida de viajera, entre el encierro y la libertad?

En febrero de 1997 Katya dejó el país, diez años después de haber empezado su carrera artística. En un inicio experimentó como ceramista, y durante su marcha por el mundo fue ampliando y perfeccionando su formación de artista.

La conocí no hace mucho; en ese entonces vivía un tiempo de transición y, por tanto, de incertidumbre entre la permanencia y el cambio. La vida del viajero –o de la viajera- está marcada por espacios intermedios, por aquellos que pendemos y no somos dueños del tiempo, tampoco del lugar. Katya se encontraba en El Salvador sin saber si su estancia se extendía un tiempo más o estaba próxima a terminar después de veinte años de trajinar por varios países. Con ello tampoco sabía si su regreso a Ecuador estaba aún lejano o si el ciclo de vivir entre países llegaba a su fin.

Vivía, entonces, en un espacio intermedio: un hotel. Allí, un baño hacía las veces de taller provisional donde la mesa de trabajo fue adecuada con una tabla sobre la bañera. El cuarto estaba lleno de papeles, tintas, herramientas. Sentí que Katya estaba contenida, encerrada, “embotellada”. Me mostró lo que había hecho anteriormente y lo estaba creando: botellas, botellones, botellitas, medias botellas de papel que abundaban como pruebas para continuar con la línea de trabajo que había expuesto en marzo de 2014, en el Museo de Arte de El Salvador. Ese baño era un espacio de traspaso y de proceso, una especie de heterotopía entre el movimiento sedentario y el asentamiento, entre el embotellamiento y la libertad.

 

¿Qué es la libertad sino una constante e interminable construcción?

 

Las botellas de Katya mantienen en su interioridad este movimiento de constante transformación; líneas que se tocan y se desprenden entre sí, se enredan, trepan, descienden: todo simultáneamente. Líneas surcadas gracias al chorreado, técnica que la ha practicado en varias de sus series y que la ha depurado después de años. Empezó a experimentarla en 2001 usando un guaipe para dar forma a través de la elasticidad de la mezcla del material con goma y el movimiento en la manipulación. Sin embargo lo detuvo momentáneamente hasta 2006, pues en ese lapso experimentó con arte digital, de lo que surgió la serie Féminas.

La serie Manglares (2008) es un resultado representativo de esta  experimentación. La intención fue unir simbólicamente tierra y agua, inspirada en los árboles que veía en Estados Unidos durante su estancia de vida en Washington. En ello, el color en tonalidades cercanas a la tierra hace explícita esta intencionalidad. A la vez enunciaba simbólicamente el enraizamiento, lo que en sus propias palabras confiesa:

 

“Quiero pintar raíces. Lo que quiero es pintar mi asidero”.

 

En Lianas, y nudos (2011) el tema se profundiza. Se convierten en metáforas de los conflictos internos que nos enredan, afirma Katya. Son representaciones abstractas que tienen que ver con nuestras emociones, complejas y confusas.

Ya en la serie Botellas (2013), la técnica del dripping ha logrado la calidad de la larga experimentación. Su significado, sin embargo, es medible más allá de lo sensorial. Está en lo simbólico de exponerlo como contenido de un interior, pues en contraste al exterior vacío y quieto del blanco está este interior de movimientos, cruces, nudos y desprendimientos que van formándose en el chorreado. El chorreado forma texturas en el azar; líneas que se cruzan, se unen, pero al mismo tiempo se desprenden, como es exactamente la vida y la experiencia del viajero: entre cruces, mezclas de idiomas, climas, entornos, culturas, cosmovisiones, pero también de desuniones, del dolor del desprendimiento y de la angustia de volver a empezar.

Una parte esencial constituyen sus últimas variaciones sobre el mismo tema, justamente resultado de la estancia en transición previa a  abandonar San Salvador. Están allí los Monotipos como experimentaciones técnicas y cromáticas. La botella, apenas demarcada por la silueta de su cuerpo, no contiene; ella es contenida por la amplitud del espacio.  Está también la maravillosa serie de Intaglios que, en la profundidad del blanco, aparece como una contradicción, y a la vez la confirmación de toda su  larga investigación lograda a través del chorreado y, sobre todo, al valor del espacio. La línea hace el espacio.

A esta muestra habría que verla a manera de narración de un proceso entre el desprendimiento de un largo y profundo tramo de su vida en el constante trajinar de un lugar a otro, y la vuelta al país del que, igualmente, un día se desprendió.  

La vuelta implica también una serie de resquebrajaduras. Nada es igual en el interior, mientras que en el exterior parecería que las cosas siguen su curso similar. ¿Por qué ya nada parece igual en el interior? Los choques en casa propia duelen más que en casa ajena. Creemos conocer todo, dominar todo, pero la distancia nos hace extranjeros incluso de aquello que lo creíamos propio.

¿Qué es la vuelta a casa?, pregunté a Katya.

“Poder saber que no eres aquel que te hacían las cosas.

El hacer uno mismo todo”.